¿Por qué pegan los niños?
Empecemos por imaginar la siguiente escena: estás de camino a casa después de un día agotador. Vas con tu hijo pequeño de la mano después de recogerlo en el colegio. Al pasar frente a una heladería, el niño comienza a pedir un helado con vehemencia. Ante la negativa, de repente empieza a gritar, pegar y a dar patadas. ¿Te suena familiar? Antes de pensar en todas las posibles maneras de reprender o corregir esa conducta, respira y comprende que golpear, morder y dar patadas resulta algo común en edades tempranas. Es bastante frecuente que los menores que tienen entre 2 y 3 años recurran a estas acciones para expresar su frustración. Sabemos que los niños pequeños tienen más control motor que los bebés, pero lo que a veces pasamos por alto es que aún no han desarrollado lo suficientemente bien el lenguaje como para conseguir comunicar lo que necesitan o quieren de forma satisfactoria. La frustración es normal y es de esperar. Aunque, por supuesto, esto no significa que el asunto no deba abordarse.Qué dice la neurociencia
Los comportamientos agresivos en la primera infancia son actos instintivos gobernados por la región del cerebro vinculada con la supervivencia (el cerebro reptiliano). Esto quiere decir que, de momento, tu hijo no los puede controlar y que, para hacerlo, aún necesita desarrollar zonas cerebrales relacionadas con el pensamiento racional, la autorregulación y la autogestión emocional (corteza prefrontal). El niño, además de estar probando límites y estrategias para obtener atención, lo cual también es normal, está aprendiendo reglas para relacionarse y convivir.Normal ¿hasta cuándo?
Conductas como pegar, morder, dar patadas (e incluso golpearse a sí mismos) suelen aparecer entre los 18 meses y los 2 años, cuando se inicia un período muy conectado con la autoafirmación y la búsqueda de autonomía emocional. Una vez conseguida cierta independencia física, buscan esa conquista emocional. Llegado este momento, cuando andar, correr y poseer cierto nivel de agilidad física sean hitos alcanzados, es cuando surge la necesidad de tomar sus propias decisiones y probar límites. Los niños pueden tener comportamientos agresivos en medio de alguna pérdida de control emocional. Hasta aproximadamente los 7 años no tienen capacidad para autorregularse de manera autónoma. En todo lo dicho anteriormente, hay que hacer una salvedad: aquellos pequeños que tienen necesidades educativas especiales o alguna neurodiversidad, pegan y muerden por motivos diferentes a los de otros menores, y las situaciones no son comparables.Reaccionar versus responder
Algunas personas reaccionan con brusquedad cuando su hijo tiene un desbordamiento emocional y surge alguna conducta violenta. En estos casos, es importante tener en cuenta tres consideraciones básicas:- Los niños necesitan un referente externo de autorregulación.
- Ese referente externo eres tú.
- Si sueles reaccionar con agresividad de manera sistemática, tu hijo integrará que esa es una forma válida de interactuar en la relación.
Qué no hacer
- Tener una reacción similar a la del niño (golpear o morder).
- Perder la calma.
- Confrontarlo, hacer llamamientos a la reflexión (no tiene aún esta capacidad).
- Recurrir al castigo físico (incoherente, ¿verdad?).
- Dar sermones (se pierden).
- Intentar enseñarle comportamientos alternativos mientras todavía está molesto (no pueden aprender en un estado de emociones intensas).
- Castigar o aplicar una consecuencia demasiado severa y totalmente desvinculada con la situación.
Qué hacer
1. En el momento
- Detener la acción físicamente (con suavidad, no es necesario usar la violencia).
- Verbalizar el límite (no se pega, no se muerde, no dejo que me des patadas).
- Nombrar y acompañar la emoción que se desencadene.
- Mantener firme la norma mientras se modela la conducta y se evita que el menor vuelva a agredir.
- Modelar la propia capacidad para tolerar la frustración manteniendo la calma.
- No tomar su comportamiento como algo personal.
- Recordar que esto no durará para siempre.
- Practicar, practicar y practicar.
2. En otros momentos más tranquilos
- Fomentar el aprendizaje de comportamientos alternativos apropiados que le ayuden a satisfacer sus necesidades.
- Valorar posibles detonantes y motivaciones.
- Enseñarle palabras y otras formas útiles para comunicarse (lenguaje de señas, imágenes y otras alternativas).
- Reconocer los intentos por comunicar emociones difíciles (“gracias por decirme que esto no te gusta”).
- Responder positivamente cuando busque atención de manera adecuada.
- Atender necesidades fisiológicas básicas (asegurarse que el niño no esté demasiado hambriento, cansado o estimulado).
- Leer juntos libros sobre cómo lidiar con las emociones difíciles.
- Practicar el autocuidado (dormir, hacer ejercicio u otras actividades que resulten placenteras) para mantener un estado mental saludable.

Prueba
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