El psiquiatra y psicoanalista inglés
John Bowlby centró buena parte de su carrera a investigar las fases del apego entre los seres humanos. Estos,
desde que llegan al mundo, muestran una tendencia a establecer lazos afectivos sólidos con otras personas, generalmente más expertas y sabias. Es algo que podemos observar a la perfección en los bebés, que, al poco tiempo de nacer, muestran una clara voluntad por afianzar los vínculos con sus padres o cuidadores. Un proceso que es importante que entendamos, teniendo en cuenta que ejerce una gran influencia en la regulación del estrés infantil y en la capacidad para consolidar relaciones posteriores.
Cómo se desarrolla el proceso desde el nacimiento
Esta especie de programación biológica se manifiesta por pura supervivencia, a partir de una necesidad innata de cobijo y protección. Según va madurando el cerebro, queda patente la evolución del individuo en la gestión y expresión de los sentimientos hacia su núcleo más próximo. Básicamente, dicha transformación se sucede a lo largo de cuatro pasos:
1. Preapego
Hasta las 6 semanas de vida, aproximadamente, los bebés comienzan a mostrar aceptación e interés por quienes le atienden y velan por su bienestar. Todavía no exteriorizan una predilección concreta por nadie, pero sí son proclives a reclamar el foco de estas figuras y a buscar el contacto físico con ellas.
2. Formación
Desde este momento y
hasta los 6 u 8 meses, empiezan a observarse respuestas cuando las personas que le cuidan no están presentes. Algo que atañe a todas ellas y no exclusivamente a la principal, que suele ser la madre, aunque todavía no se aprecia una ansiedad notoria cuando estas se ausentan.
3. Exploración activa
Entre el fin de la anterior etapa y
los 24 meses de edad, se inicia lo que podría considerarse el apego propiamente dicho. Ahora sí puede percibirse un lazo sólido hacia el cuidador principal y un estrés evidente cuando se produce una separación de esa persona. Entonces, el bebé tiende a buscarla desde una actitud activa, así como a mostrar recelo por los desconocidos.
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En la fase de exploración activa, comienzan a apreciarse los vínculos hacia los referentes | Fuente: Canva[/caption]
4. Relaciones recíprocas
A partir de los 2 años, los niños van siendo conscientes de que la ausencia de sus referentes no tiene por qué ser definitiva. Un avance determinante para mitigar su ansiedad cuando está lejos de ellos, puesto que comprenden que, tarde o temprano, volverán a reencontrarse.
Cómo favorecer unas fases del apego saludables
Una vez entendemos cómo se suceden las fases del apego, estamos más preparados
para fomentar que el procedimiento resulte lo más natural y saludable posible. Para establecer unas condiciones óptimas que favorezcan tal situación, es importante tener en cuenta las siguientes recomendaciones:
1. Proporcionar un entorno seguro a los niños
En primer lugar, resulta conveniente
proporcionar un entorno seguro a nuestros hijos e hijas, de manera que lleguen a apreciar cualquier variación que se produzca como algo predecible. Acostumbrarse a unas rutinas caracterizadas por nuestra proximidad física y emocional les transmite seguridad y protección, y minimiza, por otro lado, la aparición de respuestas provocadas por la angustia.
2. Tratarles con cariño
Cualquier necesidad de los niños debe ser atendida rápidamente y con el debido tacto. Para lograrlo, el único camino pasa por permanecer suficientemente atentos a sus reacciones, así como por validar sus emociones y
aportarles cariño cuando lo requieran. Persistir en estas conductas afianza los vínculos paternofiliales y sienta las bases de una relación de confianza duradera.
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Es importante incentivar las fases del apego en todas las etapas del desarrollo | Fuente: Canva[/caption]
3. No caer en la sobreprotección
No obstante,
es contraproducente caer en el exceso de ser demasiado protectores. Hacerlo podría interferir en la independencia de los menores para experimentar el mundo que les rodea, un aspecto fundamental para que desarrollen la autoestima, la capacidad crítica y la seguridad en sí mismos. Por eso mismo, dentro del resguardo que necesitan, nunca debemos olvidarnos de ofrecerles un entorno favorable para el juego libre. Así tendrán la oportunidad de aprender y descubrir, tomando sus propias decisiones y asumiendo las responsabilidades derivadas de estas.
4. Potenciar una comunicación saludable
Fomentar unos vínculos comunicativos saludables es otro de los recursos con los que podemos incentivar un correcto desarrollo de las fases del apego. Para empezar,
debemos saber atender y escuchar a los niños, así como transmitirles lo que pensamos de una forma afectuosa y en un tono suave. Es imprescindible que perciban que estamos ahí para hablar de lo que sea, algo que no conseguiremos con palabras si estas no van acompañadas de hechos que las respalden.
5. Evitar las represalias
Como en tantos otros ámbitos de la crianza, el castigo físico y emocional resulta totalmente contraproducente. En este caso,
el proceso de confianza y seguridad que pretendemos potenciar quedaría sumamente dañado, y generará suspicacias e incluso miedo en nuestros hijos. Por el contrario, cuando queramos corregir alguna conducta, lo apropiado es establecer límites claros y recurrir a la
disciplina positiva.
Prueba
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