Este verano me he propuesto algo distinto: soltar la expectativa de unas vacaciones perfectas. No porque no quiera disfrutar, sino porque he comprendido que muchas veces la frustración no viene de lo que ocurre, sino de lo que esperamos que ocurra. Vivimos rodeados de imágenes idealizadas: familias sonrientes en playas paradisíacas, niños que nunca discuten, padres relajados con un café frente al mar. Todo se ve perfecto, editado, con filtros y sin ruido. Pero la vida real no es un post de Instagram. Y pretender que nuestras vacaciones se parezcan a esa postal solo nos aleja de lo que verdaderamente importa: estar presentes, vivir el momento y conectar de verdad. Después de más de 20 años acompañando a familias desde Sapos y Princesas, sé que las mejores vacaciones no son las más organizadas, ni las más caras, ni las más instagrameables. Son las que se viven con verdad, con todo lo que conllevan: risas, charlas, imprevistos y mucho amor compartido. Por eso, este verano, mi compromiso es mirar con más amabilidad, bajar la exigencia y abrir espacio a lo auténtico. Y te animo a que tú también lo intentes.

Aceptar que habrá imprevistos

Porque sí, los vuelos se retrasan, alguien se pone de mal humor, llueve cuando no lo esperábamos o se nos olvida llevar algo importante. Saberlo de antemano no elimina el contratiempo, pero sí transforma nuestra forma de vivirlo.

No sobrecargar la agenda

A veces, en nuestro deseo de “aprovechar cada minuto”, programamos tanto que terminamos agotados. Pero las vacaciones también son para descansar, improvisar y, sobre todo, para reconectar sin prisas. Dejemos que los días fluyan y que haya espacio para no hacer nada. A veces, en ese vacío, aparecen los momentos más memorables.

Disfrutar lo que sí sucede

Tal vez no lleguemos a la puesta de sol perfecta, pero sí a una conversación inesperada, a una carcajada contagiosa o a un juego improvisado en la arena. Esos momentos, aunque no entren en una foto, son los que construyen nuestros mejores recuerdos.

Recordar que seguimos siendo nosotros, con nuestras luces y sombras, aunque estemos en otro lugar

Si en casa hay tensiones o diferencias, no desaparecerán por arte de magia en la playa. Pero aceptarlo, sin esperar una transformación milagrosa, también aligera el viaje.

Ajustar las expectativas no significa resignarse ni pensar que todo saldrá mal

Al contrario, es dejar de exigir que todo sea perfecto para poder ver lo valioso que ya está ocurriendo. Es abrirnos a la imperfección y permitirnos disfrutar desde lo real. Las vacaciones ideales no son las que se planean al milímetro, sino las que se viven desde el vínculo. Desde la presencia. Desde el encuentro con los demás y con nosotros mismos. Si logramos mirar más allá de lo que “debería ser” y conectamos con lo que está siendo, descubriremos que cada momento, incluso los más caóticos, tienen algo para enseñarnos o regalarnos. Porque, al final, lo que más recordamos de los viajes no son los monumentos ni las fotos perfectas, sino cómo nos sentimos: los abrazos, las conversaciones, los gestos sencillos. Las emociones vividas en familia no se editan ni se filtran. Se sienten, se recuerdan y nos acompañan para siempre. No dejemos que las expectativas ajenas, ni las redes sociales, nos roben la oportunidad de vivir lo nuestro. Que este verano sea una oportunidad para descansar, reconectar y descubrir que lo perfecto no existe, pero lo auténtico sí. Y eso, sin duda, es mucho más valioso.